Gabriel Rodríguez (@GabUCV)
Peter tenía días celebrando. Para un niño de siete años, ser campeón de las Pequeñas Ligas de Tampa Bay está a nivel de cualquier Serie Mundial; como la que sus queridos Yanquis habían
logrado llevarse un par de años atrás, en el 2000, contra sus vecinos de Queens: Los Mets. Justo entonces, una carta inesperada hizo que ese título supiera aún mejor: “Gracias por mantener la reputación de nuestro equipo”, decía.
¿Qué podía ser mejor que Joe Torre, mánager de los Yanquis, te felicitara directamente? Seguramente pocas cosas. La historia no podría acabar mal. Vivir a unas calles del estadio George Streinbrener y jugar con su mismísimo nieto, Joe. Todo encajaba, tal y como contó Michelle Alonso, su madre, al New York Times en julio de este año.
Catorce años más tarde, luego de terminar sus estudios en la Universidad de Florida, aquel pequeñín, ahora con 21 años, fue tomado en la segunda ronda del draft justamente por aquellos Mets derrotados a principio de siglo por los Yanquis y que venían de perder otra Serie Mundial un
año antes ante los Reales de Kansas City.
David Wright, luego de batallar con las lesiones, dijo adiós como jugador en 2018. Quien fuera la cara de Los Mets de Nueva York durante 15 años, tuvo que cerrar una carrera brillante arropado del cariño de su público. “El capitán” se retiró y Los Mets, una franquicia con dinero pero sin éxito,
buscaba a un nuevo líder que guiara en el terreno a un equipo llamado para ser contendiente en el Este de la Liga Nacional y uno de los protagonistas en las venideras postemporadas.
Un jugador de todos los días que liderara al equipo en el terreno. Que acompañara a un staff de pitcheo envidiable con Jacob deGrom, Noah Syndergaard, Zach Wheeler y Steven Matz; que evocaba –en la teoría- a aquella época dorada de los Bravos de Atlanta de Maddux, Smolts, Glavine y compañía. Buscaban a ese Jeter de los Yanquis, al Chipper de los Bravos, a su nuevo Wright. Su punto de mira, desde hace unos años, estaba puesto en Michael Conforto, pero la irregularidad propia de los primeros años no le ha permitido tener ese estatus.
Y así llegó la comunión del “Oso Blanco”, como le llaman a Pete Alonso en el clubhouse metropolitano, con un equipo que casi hace historia. Al momento del juego de las estrellas, Los
Mets estaban a siete juegos del segundo comodín y tenían por delante a Milwaukee, Arizona, San Luis, San Diego, Pittsburgh, Colorado, Cincinnati y San Francisco. Solo aventajaban a Miami, que estaban fuera de carrera mucho tiempo antes.
Fue en ese momento que el ahora famoso Lets fucking Go Mets impuesto a batazos por Alonso comenzó a hacer un efecto especial. Los Mets comenzaron a ganar y a ganar. Lograron ganar 15 de
16 partidos entre finales de julio y principios de agosto y en un punto se colocaron a medio juego de la clasificación. Finalmente la remontada no se dio, pero culminaron terceros en la carrea por el comodín a tres partidos de distancia.
La gente quizás se pueda quedar con los 53 jonrones (récord para un novato en MLB), que además lo convirtió en el mayor jonronero de la temporada en todas las mayores. Muchos ya lo dan como
el Novato del Año seguro en La Liga Nacional luego de terminar líder entre los novatos de 2019 en BB (72), Hits (155), SLG (.583), OPS (.941), CI (120, el segundo novato tuvo 79) y además fue segundo en 2B (30) y cuarto en promedio (.260). Incluso algunos destacan que se haya llevado el Derby de Cuadrangulares de mitad de temporada siendo su primer año en las Grandes Ligas. Pero es lo primero, su liderazgo, su comunión con el público del City Field que se tomó como suyo ese
liderato de cuadrangulares, su intensidad en cada turno, en cada jugada a la defensiva lo que lo convirtió, en su primer año como grandeliga, en la camiseta más vendida de la organización, y en
la bujía del equipo.
Sin saber si será en definitiva ese líder que buscan Los Mets desde hace años, las siguientes temporadas en Queens seguramente girarán en torno a lo que haga o deje de hacer el carismático
Oso Blanco.